A los once años fue la primera vez que escuché sobre el antisemitismo, la persecución a los judíos en Europa durante los años cuarenta y el Holocausto. Leí el Diario de Ana Frank y empecé a investigar su historia y lo que había acontecido en Europa. Empecé a investigar sobre la cultura y religión judía. Y empecé a encontrarme con mi propia historia.

A los once años fue la primera vez que supe que veníamos de una familia judía. ¿Qué era todo esto que había callado por tanto tiempo? Casi como un tabú. No se habló nunca de judaísmo en casa. Aunque sí había libros del tema en la biblioteca. Aunque sí se leía literatura yiddishe. Empecé a preguntar cómo y cuándo.

“Mi abuelo Itche vino de Polonia” me dijo mi mamá.

¿Polonia? ¿Dónde estuvo Auschwitz? ¿Dónde ocurrió la Solución Final?

“Mi tía sabe más, vas a tener que preguntarle a ella”, agregó.

En muchas charlas con mi tía abuela, viendo fotos, preguntando y mirando la propia historia con lupa pude entender a qué se debía el tabú que tantos años había acechado nuestras casas.

Mi bisabuelo Itche fue el último de los hermanos que emigraron a la Argentina en 1936. Pero no el último de la familia. En Polonia quedaron tres de sus hermanas y sus padres. Mis tatarabuelos Abram y Bejle, se quedaron en su pueblo Zyrardow con sus hijas Frimeta, Chaja y Batszeva. La última carta que llegó de ellos fue un álbum de fotos en julio de 1939. Y no se supo más nada.

 

Mi bisabuelo Itche y mi bisabuela Ruchla, Buenos Aires, 1938 (Foto: acervo personal)

Mi investigación sobre el Holocausto se tornó a la búsqueda de la historia familiar perdida. Y la historia de Polonia se volvió mi propia historia.

¿Qué pasó con los judíos de Zyrardow? Los deportaron al ghetto de Varsovia, el ghetto judío más grande de toda Polonia. ¿Qué pasó con los judíos de Zyrardow? Los deportaron a Treblinka, uno de los campos de exterminio más grandes de toda Europa.

En 2018 decidí viajar a Polonia y buscar los rastros que mi familia dejó. No encontré mucho, pero cumplí mi cometido.

En primer lugar, vi la casa donde vivieron en Zyrardow hasta 1914. Y conocí una familia polaca, que me alojó en su casa y me llevó a recorrer la ciudad. Quienes me ayudaron a rastrear en qué lugares estaban sacadas las fotos de mi familia. Y con quienes empezamos un proyecto de generar un archivo de la vida judía pre-guerra en el pueblo.

 

Casa donde vivió la familia Jakubowicz hasta 1914, Zyrardow (Foto: acervo personal)

Visité también los rastros del ghetto que quedan en Varsovia. Las marcas de los límites, los fragmentos de muros, los edificios que aún se conservan originales, como así también los museos y archivos. Encontré una Varsovia totalmente distinta a lo que fue antiguamente, pero que aún guarda en sus rincones uno de los últimos lugares por los que caminó la familia Jakubowicz, mi familia.

 

Abram Jakubowicz (Foto: acervo personal)

 

 

Batszeva Jakubowicz (acervo personal)

 

Y también fui a Treblinka.

No es nada similar a otros antiguos campos de concentración. Los nazis destruyeron y no dejaron rastros. Tiraron abajo las barracas, las rampas, las cercas, las fosas crematorias y las cámaras de gas.

Ahora en Treblinka se erigen piedras con el nombre de las ciudades y pueblos de dónde provenían los judíos que asesinaron allí. Entre ellas la de Zyrardow. Y ahí le di sepultura a mi familia. Dejé las fotos de Abram, Bejle, Chaja, Frimeta y Batszeva, junto con una piedra por cada uno. Y, por primera vez en mi vida, recité el Kaddish.

Treblinka (Foto: acervo personal)

No solo significó que mi familia pueda descansar en paz de una vez por todas, sino también mi forma de venganza con los nazis. Mi familia no pudo elegir lo que les pasó y cómo murieron. Los nazis le quitaron toda posibilidad de elección. Y yo elegí cómo “enterrarlos”. Elegí cómo terminar su historia. Y es también la forma de decir “seguimos acá”.

Polonia me ayudó a entender mi historia, a reencontrarme con ella y a poder darle vida a lo que parecía perdido. Y también herramientas para seguir luchando.
En Polonia también entendí cómo estamos repitiendo la historia. Vi en mi visita en Auschwitz como la gente visitaba una de las atrocidades más grandes de la humanidad como un parque de atracciones. Sacando fotos desinteresadamente de los objetos de las víctimas, gritando en donde debería reinar el silencio y hasta sacándose selfies, en el lugar donde más de un millón de personas fueron asesinadas.

¿En qué momento dejamos de tratar un memorial como tal y lo volvimos una atracción turística? ¿Cómo podemos cambiar nuestras formas para poder aprender de lo que pasó?

Y fue también en el acto de conmemoración de Auschwitz, donde el lugar se llenó de nacionalistas polacos con la consigna de “recordar a los muertos polacos” pero con el objetivo de olvidar las víctimas judías. Su líder gritó bajó la entrada con el letrero “Arbeit Macht Frei”, “vamos a terminar con el problema judío”, evocando, en el peor lugar, a las peores épocas.

Fue en Polonia donde pude comprender la dimensión humana del Holocausto. Los nazis no eran ningunos monstruos ni ningunos locos. Eran personas normales, que a la noche volvían con sus hijos a cenar y los arropaban antes de ir a dormir. Y son personas normales las que son capaces de volver a cometer lo mismo. Y somos también personas quienes tenemos la tarea de que esto no vuelva a pasar.

Somos nosotros los que tenemos que procurar un nunca más. Para que nunca más otra familia tenga que pasar por lo que la mía pasó. Para que ninguna persona vuelva a sufrir nunca más.

 

Por Elena Cuomo (Universidad Torcuato Di Tella / Argentina)

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